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 LA CAIDA DE LEMURIA= EL JARDÍN DEL EDÉN 

EL AMANECER DE LA CAÍDA


                    Elizabeth Clare Prophet

              Sobre la llama de la Madre en Lemuria ( o Mú )



                



Lemuria, el Jardín del Edén, se hundió bajo las aguas del océano Pacífico hace miles de años, esta tierra vivía en el culto a la Madre.

 La evolución de la vida en la tierra de la Madre y sus colonias representó para este planeta el impulso inicial del Espíritu en la materia. Aquí fue, donde las primeras 4 razas raíz completaron los ciclos de su plan divino durante varias eras doradas que alcanzaron su punto culminante antes de la caída del hombre.

En Lemuria, antes de la caída, el rayo masculino (las espirales descendentes del Espíritu) se hacía realidad en el mundo de la forma mediante el rayo femenino (las espirales ascendentes de la materia).


                                     

En el templo principal de Mu yacía la llama de la Madre Divina como coordenada de la llama del Padre Divino que existía en la Ciudad Dorada del Sol. Perpetuando los antiguos rituales de invocación del Logos y la entonación de sonidos sagrados y mantras del Verbo, sacerdotes y sacerdotisas del fuego sagrado mantenían el equilibrio de las fuerzas cósmicas en beneficio de las corrientes de vida del planeta. Esparcidas por las remotas colonias de Mu, se establecieron réplicas del templo y del foco de su llama como santuarios de la conciencia virginal, creando con ello un arco de luz entre la Tierra y el Sol, anclado en la llama de abajo y la de arriba, la cual transmitía las energías del Logos necesarias para la precipitación de la forma y la sustancia a los planos de la materia. Superando en gran medida nuestros precarios logros, se produjeron grandes avances tecnológicos realizados durante los siglos de la cultura en Mu gracias a una sintonización universal con la Madre Divina, cuya conciencia abarca las leyes que gobiernan la total manifestación del plano terrenal. Los logros en todos los campos del empeño humano de un pueblo dedicado al plan de Dios demuestran hasta que altura puede elevarse una civilización cuando se honra y adora en cada corazón la llama de la Madre, y se custodia y expande en los santuarios dedicados a ella. 

Así, queda claro que la caída del hombre del estado de gracia fue en realidad el resultado de abandonar el culto a la Madre y abusar de las energías del átomo semilla anclado en el chakra de la base de la columna vertebral, el cual establece la luz de la llama de la Madre en el cuerpo físico.

                                                          

La caída de Mu fue la consecuencia directa de la caída del hombre, que alcanzó su máxima decadencia con la profanación de los santuarios dedicados a la Virgen Cósmica. Sucedió de forma gradual a causa de comprometer el principio, separarse del Espíritu Santo y perder la visión que inevitablemente se deriva de ello. Ciegos de ambición y egoísmo, los sacerdotes y sacerdotisas ya no se ocuparon de las llamas. Tras renunciar a sus votos, abandonaron la práctica de los rituales sagrados que habían permanecido intactos durante miles de años; al igual que han venido haciendo los ángeles santos, quienes mantienen guardia perpetua sobre la llama no alimentada que arde sobre el altar del Altísimo.

Los ángeles caídos habían conseguido que Adán, se alejará de su Gurú Maitreya y de Dios.

La adoración a la Madre Luna, " la gran ramera" mencionada en el apocalipsis, sustituyó al culto a la Madre Sol, la mujer que Juan vio vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.

Un cristal negro montado en plomo y piedra se convirtió en el foco de la perversión del rayo de la Madre y en el símbolo de la nueva religión. Uno por uno, los círculos internos de las órdenes del templo fueron violados mediante la práctica diabólica de la magia negra y el culto fálico que enseñaban los luciferinos, hasta que una teología totalmente falsa acabó con los patrones originales del culto a la Madre.

Poco a poco, los primeros ecos de un cataclismo se hicieron sentir entre los habitantes de Mu. Los altares de las colonias más remotas fueron los primeros en venirse abajo. Cuando los satanistas tomaron los últimos bastiones, los doce templos que rodeaban al templo principal, la acumulación de luz que habían invocado el resto de los fieles no era lo suficientemente cuantiosa como para sostener el equilibrio por el continente. Fue así como Mu acabó por hundirse a causa del peso de la oscuridad que sus hijos habían invocado, a la cual habían llegado a amar más que a la luz debido a la maldad de sus actos. Se vino abajo en una horrible masa de fuego volcánico y lava en explosión, y los focos de la llama que habían sustentado a un pueblo y una civilización poderosos dejaron de existir. Lo que había tardado cientos de miles de años en construirse fue derribado en un intervalo cósmico: los logros de toda una civilización espiritual-material del hombre, despojada de su memoria externa!

Aunque el cataclismo fue desvastador para millones de almas, mucho peores fueron las consecuencias derivadas de la destrucción del foco de la llama de la Madre que había ardido en el altar del templo principal: un fuego generador de vida, la insignia de la divinidad de cada hombre manifestada abajo tal y como es arriba. 

Desafortundamente la antorcha que se había pasado se dejó caer. Las estrategias de los caídos, que habían trabajado día y noche con un fervor fanático, tuvieron éxito y lograron su objetivo: la llama de la Madre se extinguió en el plano físico.

                                                                        

                                                                         


Durante algún tiempo parecía como si la oscuridad hubiera envuelto por completo a la luz. Al contemplar la deserción de la raza, los consejos cósmicos votaron por disolver el planeta cuyos habitantes habían abandonado a su Dios; y éste habría sido su destino si Sanat Kumara no hubiera intercedido, ofreciéndose a exiliarse de Héspero para custodiar la llama en beneficio de la humanidad, y mantener el equilibrio de la luz para la Tierra hasta el momento en que la humanidad recuperara la religión pura y no corrompida de sus antepasados.

Las almas que perecieron con el continente de la Madre reencarnaron sobre una Tierra desolada. Tras haber perdido el paraíso, deambularon por las arenas cuyos átomos llevaban grabados el edicto del Señor Dios: "maldita es la tierra por vuestro bien". Al no recordar nada de su anterior estado y no conservar ningún vínculo con ello, pues les faltaba la llama, volvieron a una existencia primitiva. Por desobedecer las leyes de Dios perdieron su automaestría, el derecho a ejercer potestad, y el conocimiento de la Presencia Yo Soy. Su llama trina fue reducida a una vacilante llama y la luz de su templo corporal se apagó. El hombre ya no era la imagen del Cristo, y se convirtió en una de las especies (homo sapiens), un animal entre otros tantos. Su potencial divino quedó sellado durante mil días de historia cósmica. Así comenzó el tortuoso viaje de la evolución que ha llevado a la civilización hasta el nivel actual y que está destinado a culminar en una era dorada de maestría crística y plena realización divina.

¿Qué le sucedió al antiguo recuerdo de la llama de la Madre en Lemuria? Los avatares de todas las religiones del mundo han recogido los cabos sueltos. 

Aunque el foco físico de la llama de la Madre se perdió cuando Mu se hundió, el Dios y la Diosa Merú conservaron el rayo femenino en el plano etérico en su templo sobre el lago Titicaca.


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